El baño de la habitación de un hotel




El género humano se divide en hombres y mujeres pero existe otra diferenciación tan absolutamente rigurosa como la anterior. Están los que al entrar a la habitación de un hotel, lo primero que miran es el armario y los que miran el baño de la misma. Sucede que, en esta diatriba, somos muchos más los que miramos primero el baño que el armario. Por ello, podemos afirmar que el baño -en su conjunto- de la habitación de un hotel, es elemento principalísimo a la hora de valorar un hotel de lujo.

Sucede que cada hotel es un mundo. Están las anticuayas, las viejas glorias, los nuevos ricos, los ostentosos, los chichinabos, los boutiques, los de diseño, etc. Todos son tipos de hoteles que podemos encontrar en el panorama internacional de la hostelería. Como hoy en día tiene más importancia el diseñador de interiores de un hotel que el mismo arquitecto o cadena propietaria del establecimiento, cada uno intenta imprimir su impronta en la decoración global del recinto. El baño de las habitaciones, sin ningún género de duda, está dentro de esta creación artística.

Si es Gumersinda Urquiola o Felipe Starck o Pascua de resurrección Ortega, o quien sea; cada uno ve el espacio a su manera y no siempre -por desgracia, casi nunca- utilizan el criterio de la efectividad a la hora de desarrollar sus creaciones.

Un baño debe ser -por supuesto- amplio. No es de recibo un cuchitril donde tienes que entrar de canto si estamos hablando de un hotel de lujo.
Por otro lado, es conveniente dos pozas de lavabo. Existen tropecientos mil diseños de pozas, todas maravillosas pero deben ser lo suficientemente profundas como para que el agua no salpique. El grifo de la misma debe activarse y desactivarse sin necesidad de hacer un máster antes de usarlo. Existen algunos que parecen piezas de museo pero es imposible poner la temperatura al gusto. Por último, debe desaguar con alegría y soltura. Últimamente me estoy encontrando pozas -sobre todo de esas planas- que abres el grifo y parece que está puesto el tapón. Te crea una sensación de agobio supina puesto que al no desaguar y al ver que son tan planas, parece que se van a desbordar. Además luego dejan un ronchón de suciedad muy desagradable.

He hablado también de la esmirriada cortinilla de ducha. Pero quiero pararme en la necesaria mampara. Las hay de muchos tipos. Están las inexistentes; son aquellas que no existen. Te duchas y dejas el suelo del baño que parece el Ganges. Claro, es que si ponemos mampara, nos fastidia todo el maravilloso diseño del baño. ¡Váyase a la porra, hombre! Lo principal es no llenar de agua un suelo; lo demás es accesorio. También están las mamparas de libro, o de librito. Algunas tienen una medida tan insignificante que da igual no poner nada. Se encuentran las de ala ancha que para moverlas tenemos que irnos a la calle de enfrente de lo largas que son. Además, al ocupar tanto espacio no tienen ángulo y no valen para nada. De las de plástico, mejor no voy a comentar nada.

Siguiendo nuestro periplo por el baño, nos encontramos con el excusado o inodoro. El plastiquito ese de que ha pasado la inspección de higiene, me parece una idiotez. Si me hospedo en un hotel de lujo ya sé que va a estar eso como los chorros del oro. Por otro lado, la escobilla, ese artefacto que vale para eliminar restos indeseados, se la debería meter el director de hotel por donde le quepa. Es lo más antihigiénico que conozco en un lugar que es usado por una persona diferente cada vez. La solución a los palominos de toda la vida del señor, radica en la caída y presión del agua de la cisterna. Si consigo la correcta, no tendré que utilizar falos accesorios que siempre cuando retornan a su guarro recipiente, dejan la gotita en la taza. Quien no me entienda, con perdón, es que no caga.

Párrafo, cuanto menos, merece la papelera. A ver, ¿Por qué leches deben tener tapadera? Esa puñetera tapa lo único que consigue es hacerme agachar para abrirla, tocándola toda entera. El enganche de apertura de pie, o está averiado o es tan pequeñito que sólo el pie de Cenicienta puede accionarlo. Lo mejor, una papelera, forrada con plástico pero de diámetro generoso.

Debido, como no, al puñetero diseño, me encuentro en ocasiones que no se dónde carajo dejar el tarrito de gel y de champú cuando me estoy duchando. Hay que prever este detalle surtiendo de una pequeña repisa o hueco donde cómodamente podamos dejar estas smellies. En ocasiones, duchándome, he tenido que realizar posturas obscenas para poder mantener el botecito sin que se caiga. Y, hablando de smellies, algo que no dije en la entrada que les dediqué. Es cierto que hoy en día, las marcas nicho de cosmética, perfumería e higiene tienen un poder tremendo. El hotel que pone Ren en las toiletries, de por sí, parece la leche. Pero echo en falta -por melancolía- la personalización de los tarritos con el nombre y el emblema del hotel.



Y cuidado con el agua caliente. En los hoteles, la caldera la tienen instalada en el mismísimo infierno. Intenten regular con precisión el grifo a su gusto. Si es que pueden, claro.

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